La fecha coincidente de la muerte de tres grandes de la literatura: Cervantes, Shakespeare y Garcilazo de la Vega,  un 23 de abril,  fue elegida por la UNESCO para conmemorar el día del Libro y del Derecho de Autor. Nos sumamos a esta fiesta presentándoles un muy humilde escrito. Esperamos que les guste.

De narradores

Abrigados por el calor de la fogata, el viejo nos contó la maravillosa historia de la vívida e intensa aventura de una antigua cacería. Yo siempre me quedaba absorto, escuchándolo, mientras admiraba cuán convincente era lo que nos contaba y cómo apoyaba con mil mímicas su intento por graficar y hacer más grandioso su decir. A veces parecía desesperarse en su afán porque todo su público le entendiese. Yo le entendía muy bien, a pesar de una que otra palabra nueva que se le ocurría usar acompañando a sus mímicas. Gracias a eso, todos recordábamos aquella palabra nueva y su significado, tanto así que la hacíamos nuestra, celebrando allí mismo la gracia de su eufonía, gravedad tonal o el breve chasquido de su lengua al pronunciarla.
Para mí era muy fácil recordar esa palabra porque en mi mente se dibujaba cada escena que nos refería o sugería. En verdad, el hombre viejo tenía una habilidad única para relatar cualquier hecho. Recurría también a la gracia del gesto, las manos, el ademán preciso, que más de una vez, me provocó un celo raro por su poder hipnótico ejercido sobre nosotros. Deliciosas y fantásticas historias que, solían abundar, cuando los largos inviernos o tormentas nos obligaban al refugio y el encierro.
En un intento por destacar y ser admirado como lo era el viejo, se me ocurrió pintar lo dicho por él. Feliz inventiva la mía. No me equivoqué. Después de mucho tiempo, muchas historias nacidas por la boca de nuestro querido viejo se perdieron en el recuerdo; algunas las volví a contar yo y varias más quedaron en el olvido. Pero me cuidé muy bien de inmortalizar aquéllas de mi autoría.
Pinté varias de ellas sobre la piedra y todos podrán conocerla, incluso después de que me hayan metido bajo la tierra. Me aseguré que todas llevasen mi firma. Tienen la impresión de la palma de mi mano que manché con la sangre, aún caliente, de un mamut acabado de cazar.

Autor: Gustavo Humberto Bello Calvo