Dice la muchedumbre lega
que su hablar manda así nos pese;
¡»nadies»!, escriben agregando una inexplicable ese,
o «haigan» resintiendo usar la y griega.

¿Cuál es el número que se erige
por sobre el correcto o buen hablar de uno?
¿Diez, cien, mil o quizás veintiuno?
¿O es que la cifra matemática, y no la palabra, es la que ahora rige?

¿No será que la ignorancia es más cómoda
e hizo su campamento en el desorden?
¿Acaso no se incubó en las cárceles tal «orden»
de secuestrar y desfigurar a la lengua como nueva moda?

Y es que nada parece salvo en este mundo.
El personal gusto y la opinión son inatacables castillos
en donde muchos relajados pillos,
refugian su ignorancia e intelecto no muy profundo.

Fuerte sujeto con la mano mi diccionario,
pues tal es la hecatombe de la palabra,
que hasta la jerga macabra
amenazará reemplazar o reescribir el abecedario.

Parece que el buen decir es ahora la pobre Cenicienta,
pues Babel ha renacido de su ruina.
Vayan diciéndole a todas las que se llamen Gina,
que la «g» se escribirá con minúscula o con «y» , así se resientan.

Sentenciará Babel que si la palabra es difícil o desconocida,
será desfigurada según su antojo o irá al paredón del olvido.
Allí la matarán y «ajusticiarán» después como es debido,
«apegando» a las que suenen con ínfula de docta o poco leída.

¡Ay, carajo…qué será del decoro y la belleza!
de toda eufonía y sintaxis lograda,
¡vayan al diablo toda gramática y norma complicada!,
gritará la flácida plebe como jueza.

Sentado sobre los restos de tal desastre y en último acto,
alzo una sola palabra como estandarte,
llámenlo extravagancia, engreimiento o… arte,
pero déjenme usar mi palabra masculina: autodidacto….

Autor: Sir Gus D’lahamaqué, “Il cavaliere Immobile”