Estimados Netsocialbookers:

Tenemos el agrado de dejarles bajo su árbol navideño este regalo literario.  Es el cortés envío de uno de nuestros escritores de “La nueva comunidad de creadores para compartir con el mundo”.

Este trabajo fue el ganador del primer lugar del concurso de “Cuentos de Navidad”, convocado por la “AFP Horizonte” en el año 2005.

Su autor, Ángel Bello García-Blásquez es un abogado laboralista, especialista en recursos humanos y aficionado al arte de escribir. Es limeño,  tiene 70 años y vive en el bonito pueblo de Chilca, cerca al mar y a los sueños literarios.

El regalo de Navidad

Estábamos los dos, allí, escondidos detrás del sofá, esperando a que “él” apareciera.

-Shittt – le soplé al oído, y le jalé por el hombro – ¿De verdad estás dormido?

-Creo que sí –respondió papá, y me guiñó un ojo.

¡Ah! pillo, pensé, es un pillo mi “cabo”; casi había logrado engañarme.

– No hagas tanta bulla, pues – le dije-. Tus ronquidos lo van a espantar y así nunca va a entrar a dejarnos algo.

-Sí, tienes razón –me respondió él.

-Tú, y tus ronquidos. ¿En serio ya te estabas durmiendo? –le pregunté, sospechando que estaba fingiendo, para ver si así lograba que yo me durmiera primero.

-Sí mi “capitán”, disculpe. Yo creo que “él” sabe que queremos sorprenderlo. ¿Qué dices si abandonamos la espera? –me preguntó.

– No; lo vamos a lograr, vas a ver –insistí.

Entonces papá se frotó los ojos y se acurrucó nuevamente a mi lado.

Su calor, su fuerza y  sus manos grandes, me daban la seguridad y el valor para enfrentar a cualquier mágico intruso y superar mi miedo a la oscuridad en la que estábamos. ¿Cuánto tiempo estuvimos así? No lo recuerdo. Mi llamado, “cabo”, ese hombre gigante al que quería tanto, apoyó su cabeza sobre mi hombro y no tardó en dormirse de verdad.

Yo acaricié su cabeza por un rato, como si le agradeciera el que soportase mi capricho. Así solía ser mi papá desde el verano pasado cuando murió mamá: me daba gusto en todo lo que le pedía. Aunque yo hubiese cambiado todos mis deseos por ver sonreír, de verdad, a sus ojos tristes.

Era la primera navidad que pasábamos sin mamá; la primera vez que nos habíamos encargado de arreglar el nacimiento, y de sacar el árbol del cuarto de depósito en donde mamá se había encargado de guardarlo desde la navidad anterior.

Faltaba la gracia de las manos de ella para que brillara la estrellita, que pusimos torcida, sobre la punta del gran pino.

En aquel momento yo le había pedido a papá dejarla así, cuando creí verlo llorar. Pero como dos buenos soldados cumplimos con armar la decoración y, para no verlo triste, lo convencí de jugar a sorprender al hombre que traía los regalos de navidad. Por eso, esa noche estaba allí, conmigo, detrás del mueble, hasta que la espera lo durmió. Entonces, cuidando de no despertarlo, apoyé su cabeza contra la pared y lo dejé solo por un momento.

Después de dejar mi regalo para él al pie del árbol, regresé a su lado y, no sé en qué momento, me quedé dormido sobre su hombro, vencido por el hechizo de la musiquita navideña que salía por el pico de un pajarito de plástico, y las luces titilantes de nuestro decorado que parecían iluminar nuestra soledad.

De pronto, me despertó la voz de papá:

-Levántese mi “capitán”, ya es tarde, y creo que vi entrar y salir a alguien.

-Está bien, papi, no te preocupes – le dije algo soñoliento -; yo sé que “él” no existe. Papá abrió los ojos como si lo hubiese sorprendido mi revelación, cuando de pronto olí un aroma especial atravesando el aire de nuestra sala.

-¿Hueles eso? – le pregunté a papá.

El no me respondió; parecía tan confundido como yo por ese aroma conocido que rondaba la sala.

-Vamos a ver si hay algo debajo del árbol – me dijo mientras me abrazaba.

Volvimos a sonreír al encontrar nuestros regalos. Ambos habíamos logrado, con éxito, sorprendernos el uno al otro. Pero mayor fue nuestra sorpresa, días después, cuando en la Bajada de Reyes, al querer desarmar el árbol, de entre sus tupidas ramas cayeron dos pequeños regalos que habían estado bien escondidos.

Entonces recordamos el nítido aroma que percibimos esa Noche Buena: era el perfume que usaba mamá. Las tarjetas de nuestros regalos tenían escritas las mismas palabras para ambos: “Para mi amor eterno, de Mamá”.

Papá y yo derramamos unas lágrimas ante el hermoso misterio de aquella sorpresa que ella nos había dejado previsoramente y  nos abrazamos fuerte, muy fuerte. Desde entonces supimos que gracias al amor que ella nos dejó tras su partida, siempre existiría en nosotros la magia de la Navidad. Ese fue el regalo más hermoso que recibí de niño y, estoy seguro, el de mi papá también.

El Autor:

Ángel Bello García-Blásquez es un abogado laboralista, especialista en recursos humanos y aficionado al arte de escribir. Es limeño,  tiene 70 años y vive en el bonito pueblo de Chilca, cerca al mar y a los sueños literarios.