La túnica

Un cuento en Semana Santa

Los tres hombres estaban sentados alrededor de una mesa en un bar mal iluminado cuando uno de ellos, ahogado por el hipo emotivo de un sollozo, calló por un momento.
La segunda caja de cervezas ya había sido consumida. Por un breve momento sus amigos dejaron sus vasos a medio llenar y se sumergieron en una pausa reflexiva.
Pasaron unos minutos hasta que Pancho guapeó el ánimo caído de su amigo y le palmeó el hombro:
-¡Ya pues, Cumpa! Olvídalo -dijo como queriendo consolarlo-. No dejes que tu historia mate la alegría de esta reunión.
-Fuiste tú quien pidió que hablara de eso− se excusó él resintiendo mostrar sus lágrimas.
-¡Vamos, hombre! Yo propuse hablar sobre el amor y no que lloraras por la novia que te sacó la vuelta −dijo Pancho.
-Al final, amor y tristeza vienen juntas. Las historias de amores alegres no existen −replicó el Cumpa.
-Tal vez tengas razón, mi estimado- concedió el tercer hombre que los acompañaba.
-¡Vaya! Pensé que te habías quedado dormido −dijo Pancho− ¡Salud, Eulogito! Métale ese conchito que le queda y díganos que le pareció nuestras historias antes de contar la que le toca, porque…, ha estado atento a las nuestras, ¿no?
Eulogio sonrió. Bebió el resto de cerveza de su vaso y dijo:
-Como quieren oír historias de amor, no se me ocurre sino contarles lo que sucedió en uno de esos pueblitos de provincia, donde amor y fe son una sola palabra. Es la historia de un maestro de telares y de su hijo adolescente que terminó parapléjico al caer de su montura, durante una carrera de burros.
-Suena trágico − dijo Pancho−, pero siga, hombre, siga…
-Después de la desgracia− prosiguió Eulogio− el maestro solía realizar su trabajo acompañado de su hijo. Lo sentaba frente a su telar, como si quisiera distraerlo con la magia de su arte. Fueron cinco dolorosos años que hicieron viejos los ojos del niño y decrépito el corazón del padre.
En ese momento, un eructo del Cumpa interrumpió el monólogo. Eulogio pareció no ofenderse y más bien se preocupó de estar aburriendo a sus amigos con la historia.
-Disculpa, hermano, sigue contando por favor…− trató de excusarse el Cumpa que ya se había ganado un manotazo de Pancho.
-¡Ande!, siga con el cuento y no le hagas caso − pidió éste último.
Eulogio les dio gusto y prosiguió:
-Pues para acortar la historia les contaré que un día, en la comunidad hubo un concurso para confeccionar la túnica que vestiría la imagen del Cristo en la procesión de Semana Santa. Aquel día se presentaron los más renombrados maestros y sus hermosas túnicas. Estaban confeccionadas con un material tan fino y rico que contrastaban con la sencillez y reciedumbre de la presentada por nuestro maestro mencionado. Él decía que había escogido otros materiales: lana virgen de una vicuña blanca, cabellos de su mujer para agregar magia en los nudos y, engarzado en el entramado, raras escarchas que decía haber recogido de las estrellas caídas en las noches de luna llena. Pero lo que no dijo a nadie fue que había usado su propia sangre para teñir gran parte de la tela con la esperanza de obtener un milagro. Sus muñecas todavía humedecían con sangre el nudo de las vendas cuando entregó su túnica al jurado.
A pesar de no ganar la competencia, el maestro no perdió la esperanza y se quedó arrodillado en medio de la calle, rezando como nunca antes lo había hecho.
Y entonces, cuando la procesión se alejaba, el peso del anda superó la fuerza de los cargadores y se derrumbó, abriendo un forado en medio de la muchedumbre y haciendo resbalar la túnica ganadora que vestía la imagen. Por más que aumentaron el número de cargadores, el anda no pudo ser levantada del suelo, donde había quedado derrumbada. El raro incidente solo fue entendido por el maestro de esta historia, quien presuroso corrió a cubrir la imagen con su pobre túnica. Sólo entonces pudieron levantar el anda y la procesión siguió su recorrido entre asombrados pareceres y murmullos de la gente. Al regresar a casa, el maestro encontró a su esposa y su hijo abrazados, de pie ambos, sin dejar de llorar de felicidad. Y eso es todo – dijo Eulogio, al tiempo que volvía a servir su vaso, en medio del silencio incrédulo de sus amigos.
-¿No te lo dije? Las historias lindas son intragables −se quejó el Cumpa dirigiéndose a Panchito.
Éste pareció meditar y solo atinó a decir:
-Creo que el Cumpa tiene razón, Eulogio. Tu historia es de no creer. Es más un cuentazo para tías que otra cosa.
-No lo creo − replicó Eulogio y, suspirando profundo, agregó: ese niño fui yo.

Fin

Autor: Gustavo Humberto Bello Calvo