En el Día Mundial del Teatro – 27 de marzo

Un teatral cuento

Acto I

La abuela, su nieta y yo, somos los únicos personajes presentes a esa hora de la tarde. La luz del atardecer entra por las ventanas de la pequeña cafetería que está anexa y comunicada a un teatro. Las paredes del local están adornadas con carteles que anuncian varias obras próximas a estrenarse. La abuela de setenta años y su nieta de siete, ocupan una mesa de entre otras pocas, vacías a esa hora. La abuela bebe café de una pequeña taza y la niña un milkshake. Cada una tiene la misma expresión concentrada en un papel escrito y parecen ausentes una de la otra.
Abuela (Alza la vista del papel): ¿Estás lista?
Nieta: Sí, abuela.
Abuela: A ver, vamos a ver…
Después de un breve silencio la abuela observa a su nieta con mirada triste. Ella se hace la distraída y juega con el sorbete moviéndolo dentro de su vaso alto.
Abuela (Con gesto impaciente): ¿No te gustó tu milkshake?
Nieta (Sin mirarle y en voz baja): Sí.
Abuela: Si apenas le has dado dos sorbos.
Nieta (Algo incómoda): Tengo mi ritmo, Ada.
Abuela: Pues no hay mucho tiempo para que lo acabes a tu ritmo (intenta arremedar la última palabra con la voz de su nieta). En unos pocos minutos la función va a empezar.
Nieta: No te preocupes.
La abuela no responde. Solo mueve negativamente la cabeza.
Nieta (Observándola): Tú tampoco estás bebiendo tu café.
Abuela: Solo porque está muy caliente.
Nieta: Si esperas a que se enfríe, tampoco lo acabarás a tiempo.
Abuela (Con cierto tono autoritario): Tú no te preocupes por mí, preocúpate por acabar tu milkshake.
Nieta (Con gesto disforzado y engreído): ¡Ay, abuela! Soy una niña. No debería de preocuparme por las cosas. ¿Por qué tengo que acabar mi milkshake?
Abuela (Algo agotada, concede): No te estoy obligando. Y ya te he dicho que no me digas abuela. No me gusta. Llámame por mi nombre.
Nieta: Está bien, Ada. Gracias por no obligarme. (Y bebe un largo sorbo del vaso mientras sonríe a la abuela)
Abuela (Revisa su cartera y saca un implemento de belleza. Seguidamente se espolvorea el rostro): ¿Cómo me veo?
Nieta: Como siempre. Igual estás vieja.
Abuela (Haciendo un gesto de reconvención): ¿No podrías ser más gentil conmigo?
Nieta (Mostrando cierta confusión): ¿Por qué, Ada?
Abuela: A nadie le gusta que le digan vieja.
Nieta: ¿Es malo ser viejo? tú siempre dices que ya estás vieja, pero vieja regia. Y lo eres.
Abuela (Con gesto repentinamente halagado): ¿Estoy regia?
Nieta (Con un mohín de duda): Bueno…, se puede decir que sí.
Abuela: ¡Ajá!, pero no me pareces muy convencida que digamos.
Nieta: Pues, sí. Mamá decía que soy igualita a ti. O sea que tengo que creerlo porque de vieja seré como tú.
La abuela saca apresurada un pañuelo de su cartera y enjuga una lágrima.
Nieta (Con gesto preocupado): ¿Estás bien?
Abuela: Sí, sí…es que… es la primera vez en mucho tiempo que hablas de tu mamá. Ya estaba preocupada…
Nieta: No hablaba de mamá ni de papá porque desde el accidente sé que te pones muy triste cuando te los recuerdo. No quiero verte llorar.
La abuela se levanta de su silla y se acerca a su nieta para abrazarla. Se quedan unos segundos así. Luego vuelve a sentarse.
Nieta (Se limpia unas lágrimas): ¿Ves? No quiero verte triste, Ada.
Abuela (También limpia unas lágrimas de su mejilla): Sí, mi amor, ya no estaré triste.
Nieta: Yo he llorado bastante, pero lo hice sin que te dieras cuenta.
Abuela (Con tono orgulloso): Es que eres muy valiente. Te pareces más a tu mamá.
Nieta: Ustedes nunca se pusieron de acuerdo a quién me parecía. Cuando hacía algo malo era como tú y cuando hacía algo bueno era como ella. ¿Sigues llorando?
Abuela: No, son lágrimas diferentes. Yo debería estar consolándote a ti y, no, tú a mí.
Nieta: Ya estoy más tranquila. Sé que papá y mamá están en el cielo con el abuelo. Todos nos están esperando, aunque seguro que tú los verás antes que yo.
Abuela (Se sonríe): Sí y les diré lo valiente que fuiste durante sus ausencias.
Nieta: No te preocupes. Ellos lo saben y siempre nos observan. Después que me das el beso de las buenas noches y antes de dormirme, mi mamá viene a mi cuarto. Otras veces lo hace papá. El abuelo nunca. Seguro que te visita a ti porque eres su esposa.
Abuela (Confundida): ¿Los ves…?
Nieta (Con gesto sorprendido): ¡Claro que sí! ¿Tú, no? Los veo después de que me quedo mirando la fotografía gigante de ellos. Ésa que colgaste en la pared, frente a mi cama.
Abuela (Parece fastidiarse con tal hecho): ¿Te dicen algo?
Nieta: Lo de siempre: que sea una niña buena y que no te haga renegar mucho. ¿Te hago renegar mucho, Ada?
Abuela: De vez en cuando. Más me preocupaba y me quitaba el sueño el no saber cómo te sentías. Has estado muy calladita todo este tiempo y no quería fastidiarte.
Nieta: Te voy a hacer renegar más seguido.
Abuela (Se muestra sorprendida): ¿Por qué quieres hacer eso?
Nieta: Porque así te cansarás más. Tienes que dormir. A veces yo no puedo dormirme porque en las noches escucho tus pasos por la sala y la cocina. Como si arrastraras los pies.
Abuela: Perdóname, ya no será así. Estoy tan feliz de que sigas haciendo las cosas que te gustan y que no hayas dejado de actuar.
Nieta: Se lo prometí a mamá. Es la primera vez que tú me traes al teatro a verme actuar. Mamá decía que preferías irte al casino y jugar a la timba con tus amigas. Yo puedo darte dinero si eso quieres. Mi mamá me abrió una cuenta en el banco con lo que me pagaron. ¿Necesitas plata?
Abuela (Murmurando): ¡Faltaba más…!
Nieta: En serio. Puedo invitarte tu café y pagaré mi milkshake para que no te fastidie si no lo termino.
Abuela: No me fastidiaré si no lo terminas.
Nieta: No te creo, Ada. Mi papá siempre decía que eras una tacaña.
Abuela (Algo triste): ¿De verdad?
Nieta: Siempre me preguntas: ¿de verdad? No te entiendo, Ada; tú sabes que yo nunca digo mentiras.
Abuela: Sí, es cierto, querida, perdóname.
Nieta: Papá siempre me decía que yo me parecía a ti por eso.
Abuela: ¿Cómo así?
Nieta: Me decía que era una chiquivieja. A veces me acusaba con mi mamá diciendo que tenía la lengua tan desenrollada como la tuya. Así decía él: “desenrollada”. (Ríe tratando de imitar una voz grave)
Entonces me acerco y entro en escena.
Mozo: ¿Necesita algo más, señora?
Abuela: No, gracias, todo está bien.
Nieta (Dirigiéndose a mí): Mi abuela cree que usted es un lerdo. Demoró una hora en traernos un café y mi milkshake.
No respondo, y me esfuerzo por esbozar un gesto de cierta incomodidad. Hago el ademán de querer decir algo, pero ella me interrumpe.
Nieta: También dijo que no merece propina.
Abuela (Intercede): Gracias, señor. Disculpe a mi nieta. Todo está bien.
Entonces me retiro intentando aparentar una risueña confusión.
Abuela (Recrimina en voz baja): No puedes andar maltratando así a la gente, Letty.
Nieta (Siempre en voz alta): Solo le dije lo que tú dijiste rezongando. Y tienes razón. ¿Ves? Eso era lo que le fastidiaba a mi papá. Decía que eras demasiado francototota.
Abuela: Ahora entiendo de dónde te viene el genio.
Nieta: ¿De quién?
Abuela: De mí, pues. ¡De quién más!
Nieta: No quisiera ser como tú, Ada. No es que no me guste, sino que quisiera ser más como yo misma.
Abuela: Y lo eres, no te preocupes. Tú eres Letty.
Nieta: ¡Uy, felizmente! (Y bebe alegremente largos sorbos del milkshake).
Abuela (Por primera vez sonríe de buena gana): ¡Ay, Letty, Letty!
Nieta (Sonriendo): Así decía mi mamá cada vez que me escuchaba hablar: “Ay, Letty, Letty”. ¡Ella y tú sí que eran igualitas! Así decía mi papá. Por eso creo que él te debió querer mucho aunque a veces lo trataras mal.
Abuela: ¿Cuándo lo traté mal?
Nieta: Mi papá decía que cuando te enteraste de que mi mamá me llevaba a mí en su panza sin haberse casado con ella.
Abuela (Sorprendida): A ver, a ver, ¿cómo es eso?
Nieta (Algo arrepentida por lo dicho): ¡Ay, abuela!; perdón…, Ada. Tú siempre tan chismosa.
Abuela (Murmura para sí, suspirando): Y no va a ser cierto…
Nieta (Abre los ojos como si recordase de pronto): Pero papá también decía cosas buenas de ti.
Abuela (Interesada): ¿Sí?
Nieta: Decía que yo tenía tu carácter fuerte y que eso me serviría cuando sea grande.
Abuela: Nada más cierto.
Nieta: También decía que por eso nos llevábamos mal. Porque éramos demasiado parecidas. Hablaba de los polos…, una cosa que yo no entendía.
Abuela: Que los polos similares se repelen y los opuestos se atraen.
Nieta: ¡Sí!, ¡sí, eso!
Abuela: Pues no es del todo cierto. ¿Acaso crees que yo no te adoro?
Nieta: Recién me lo dices. Nunca me lo has dicho así. ¿Puedo decirte algo?
Abuela: Claro.
Nieta: Pero no te vas a molestar.
Abuela: No lo haré.
Nieta: Papá se peleaba con mamá porque decía que tú preferías a mi prima Valeria, porque ella no es respondona como yo.
Abuela (Muestra un gesto compungido): No es así.
Nieta: Sí es así, Ada. Seré niña pero me doy cuenta de las cosas. No sé si ahora estás conmigo solo porque papá y mamá ya no están.
Abuela (Conteniendo las ganas de llorar): No, amor de mi vida, no es así. Adoro estar contigo, sobre todo ahora.
Nieta: No llores. Sí te creo. Es la primera vez que me dices así.
Abuela (Intrigada): ¿Cómo?
Nieta (Tratando de arremedarla en la expresión): “Amor de mi vida”. Suena lindo. Mi mamá siempre recordaba que tú le decías así.
Abuela: Siempre.
Nieta: ¡Qué raro! Yo solo escuché que le decías Camucha.
Por un momento ambas se quedan calladas. La abuela bebe un sorbo de café, mira su reloj y luego a su nieta quien mueve su batido con el sorbete.
Abuela: ¿En qué piensas?
Nieta: Creo que cuando somos grandes ya no nos decimos esas cosas lindas. Yo quiero que siempre me digas así, hasta cuando seamos más viejas.
Abuela (Enternecida): Así será, amor de mi vida.
Nieta (Golpea la mano que la abuela tiene puesta sobre la mesa): ¡Pero no exageres, Ada!
Abuela (Vuelve a sonreír): ¿Y ahora?
Nieta: Dímelo después, no ahorita, pues.
Abuela y nieta sueltan la carcajada. Se ríen fuerte y con el mismo gesto. Luego se miran una a otra pareciendo advertir la semejanza de sus modales. La nieta se levanta de su silla y abraza a la abuela. Luego de un breve momento, la nieta vuelve a su sitio. Ambas parecen ahora más relajadas y sus voces tienen un tono más coloquial, menos histriónico.
-¿Crees que nos escogieron para el papel por ser nieta y abuela de verdad? -pregunta la niña.
-Quizás; pero también porque somos grandes actrices y tengo que admitir que nos parecemos mucho. ¿Ya estás lista?
-Sí, abuela.
-No necesitaste leer tus líneas.
-No; me lo aprendí bien.
-¿Estás nerviosa?
-Un poquito -dice la niña sonriendo.
-Eso es bueno, no te preocupes. Todo saldrá bien.
-¿Crees que a la gente le guste?
-Sí, seguramente los veremos reír y llorar. Es apenas un acto el que nos toca. Espero que los otros hagan bien su papel.
-¿Te puedo llamar por tu nombre en lugar de abuela, igual que en esta obra? Me gusta.
-¡Ah, eso sí no! En la vida real me llamas como siempre: abuela.
-Papá y mamá ya deben estar en sus asientos listos para vernos -dice la niña entusiasmada.
Entonces, desde el teatro, se oye el primer timbre de llamada y la abuela se levanta de la silla.
-Ya sonó el primer timbre. Levántate, vamos que ya estamos tarde.
Es en ese momento cuando me acerco y le pregunto a la niña:
-¿Hice bien mi papel?
-¡Excelente, Gabriel! Gracias por tu ayuda. Te dejo dos soles de propina por habernos ayudado en este ensayo. Si no llega el actor que hace de mozo, yo te propongo para el papel, con el director de la obra.
-Gracias. ¡Suerte con la función! – le digo sonriendo, mientras levanto la vajilla y las veo dirigirse apresuradas por el pasadizo trasero que lleva directamente al tabladillo del teatro.

Fin

Autor: Gustavo Humberto Bello Calvo