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Desde las brumas – Book Trailer

Desde las brumas

«Después de muchos años, con esta publicación dejo de ser un náufrago literario; ese preso voluntario de una isla creativa donde la humildad de la escasez y el anonimato sin expectativas alumbraron estos sueños-historias, públicas ahora y en busca de su lector».

Autor: Gustavo Humberto Bello Calvo

«Desde las brumas» contiene dieciocho cuentos inéditos que conducirán al lector por un trayecto de emociones diversas.

Hacer clic aquí abajo, sobre cualquier cuento para leer un adelanto.

Por insistencia tuya es que traté de ver algo de mí a través de tus ojos, cuando te invité a descubrir en una tarde de verano “La veredita de oro que el sol pinta sobre el mar”.

Fueron aquellas tardes cuando te relaté muchos de mis sueños; uno de los cuales me pediste escribir tal cual sucedió y del que te enamoraste porque parecía significar “La segunda oportunidad” que siempre me animas a buscar en mi vida algo estropeada…

Buscas los atardeceres de golondrinas solitarias, no te gusta la mañana ni la noche: una te parece demasiado urgente y la otra muy queda. Te acusas de solo disfrutar el instante, un interregno inspirado, un momento mágico cuya búsqueda te convierte en reo del silencio. Uno muy tuyo.

No necesitas decirlo; lo sé. Y creo entender cuánto te agobia esa realidad que las esconde. Acaricio tu cabello y susurro a tu oído un: ¿dónde estás?, y tu respuesta parece llegar desde muy lejos, como si hubiese remontado la montaña de aquel demonio hipnótico, para resbalar en mi oído un te quiero muy quedo, muy dulce.

Te invito un cigarrillo y te doy mi tiempo; no el que marca las agujas del reloj, no ése que te espanta, sino el tiempo que da el amor, uno de espera infinit…

Conocí a Sandra por insistencia de mi hermana.

“Sal de tu concha, molusco, nos reunimos con una amiga el viernes, no faltes”, fue lo último que dijo antes de colgarme el auricular.

Me sonreí. Lucía era una de las pocas personas que tenía la rara habilidad de convencerme de algo sin discutir: daba los hechos por consumados sin darme opción a réplica. Ella sabía que cortarme abruptamente, sin darme oportunidad de rechazar la invitación, me daría el tiempo suficiente para una reconsideración. No tarde mucho. Decidí que era menos complicado aceptar dicha cita, a tener que pulsear mi reticencia contra la tozudez de mi hermana. Saldría perdiendo en una discusión con ella y no soportaría su consabida perorata en la que, seguro, me enrostraría mi “absurda soledad”.Además, me dije, ¡quién sabe!,…

Parecía un cercado campo de guerra en donde los cuerpos sin brazos, amontonados, y otros, con las cabezas enterradas, ocultaban sus rojos cascos que se apagaban en una agonía rápida. Sus almas escapaban en visibles y finos hilos blancos, como cascadas invertidas elevándose al techo…
Una mañana cambió mi vida. Fue cuando mi hija me hizo una pregunta, intrigada por el tiempo que le dedicaba al bonsái.

-¿No le duele al arbolito, papi? -dijo con pena en la voz.

Volteé a mirarla. Sus ojitos se habían achinado en una expresión de fastidio.

-¿Qué, mi amor?

-Eso que le haces cuando le enroscas el alambre. ¡Pobrecito!-me dijo señalando el molle al que le modelaba sus ramas.

Por un momento dudé en responderle, pues su pregunta parecía haberme sacado de un trance extraño, y me di cuenta que mi afición tenía una historia muy larga y complicada como para tratar de explicársela a una niña de cinco años. El hecho de hacerlo quizás hubiera significado aceptar una antigua derrota que empezó con el enamoramiento. Fue cuando conocí a mi mujer…

-¡Suéltame, condenado! ¡Fuera, carajo! ¡La … que te parió…!

La sarta de lisuras, los seseos indescifrables, interminables y el codazo que reviró el rostro de don Mariano Yamunaqué le hicieron saltar de la cama y acabó con cualquier resto de paciencia que tuviera.

– ¡Maldita sea! ¡Ya me hartaste, carajo!-farfulló mientras se sobaba la quijada contusa y miraba la forma aparatosa cómo su mujer se revolvía entre las colchas.

Bamboleante se dirigió al baño en busca de agua, giró la llave del caño y se encontró con que estaba seco. Maldijo entonces su pueblito piurano de Chinchipe, sus carencias y las burlas soterradas de las que era objeto a causa de su mujer…

– ¿Si hubiese sido una mujer?… hubiera resultado una perdida, compadre- respondió Hipólito con gesto risueño.

Risas y silbidos celebraron la ocurrencia.

-Habrías terminado de puta, seguro.-agregó César, divirtiéndose con tal idea.

-Al menos no me hubiera faltado plata, mi estimado -asintió Hipólito-. Imagínate: trabajar rico y a la hora que quisiese. Cobrar por retozar un poco.

-Cuando Dios creó el trabajo fue para sudarla decentemente y por la frente, no por otro sitio.-replicó Manuel, mientras daba sopapos al aire para dispersar el humo que trajinaba el ambiente de la oficina…

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